Durante estas jornadas, me pareció apropiado hacer un pequeño paréntesis poético. Me llamaron la atención un par de poemas publicados en la Fdr, esto es, en la «La Femelle du Requin» [1]. Se trata de una revista literaria fundada por estudiantes de la facultad de letras de Censier.
Le pedí a Dominique Míchel que nos leyera el primer poema, que es de Jean-Luc Bertini y que tiene como título: «La emoción»:
Las palabras y la ascensión
Percibo la emoción como una opresión invisible, pero llena de colores, de olores, de sensaciones. Una fuente viva que irradia. Unir al unísono sus sentidos para después tensarlos como una luna casi llena. La emoción se agita bajo nuestros pasos, se desliza sobre nuestras cabezas, gira alrededor de nosotros. Habita el cuerpo entero del espacio. ¿Pero dónde exactamente?
Su encuentro está sujeto a la suerte, a la pura casualidad. Cuando la emoción te atrapa, sólo queda una impresión insólita y vertiginosa. Su acogida nunca está garantizada. Nuestro cuerpo, junto con todo su arsenal sensitivo, debe someterse a su columpio incierto e imprevisible. Un beso y su voz, el campo y su luz, la ciudad y su humor… Pero nada existe sin la atención y el gesto de la explosión imprevisible.
Haber sido tocado por una emoción es, sin duda, haber experimentado una impresión de infinito.
Jean-Marie Robine va a leemos el segundo poema, que es de Sébastien Omont que también tiene como titulo «La emoción»:
Los labios secos, la sonrisa pálida, las manos húmedas, el corazón sobre la punta de un resorte, el estómago hecho nudo como una vieja piel de gato llena de ácaros.
La emoción.
La emoción, esa vieja prostituta sucia y sentimental que, lamentablemente, nos hace balbucear o nos deja sin voz en el momento crucial. ¿A cuántas vírgenes alegres hemos dejado escapar por su culpa? ¿A cuántas citas de negocios no asistimos? (-«¿Explíqueme usted bien por qué razón tengo que invertir 40,000 francos en su vuelta al mundo sobre un dromedario?» -«Y bien… este…».) La emoción, amante posesiva y voluble. ¿En cuántas ocasiones nos hemos sentido fugazmente conmovidos hasta el fondo del corazón… antes de olvidar, o peor, de abandonarnos a uno más de estos efímeros demonios? La emoción, apasionada de lo hermoso, que nos arranca las entrañas por el ligamento de una bella voz o por el vibrato de un muslo subliminal. La emoción que hace que algunos días se asemejen a una sesión de tortura medieval corregida y aumentada por la KGB, y la vida a un recorrido en montaña rusa. La emoción que, con frecuencia, no desemboca en nada.
Pero la emoción que nos niega el descanso, que nos aparta de nuestra dulce tranquilidad, que perturba la continuidad de nuestros días. La emoción que no nos deja en paz, azote de la existencia. Que nos levanta para volver a dejarnos caer, que nos abandona y luego nos rescata. Insidiosa, perniciosa, la emoción que nos ayuda a levantarnos por la mañana y que nos impido dormir durante la noche. La emoción que nos libera y que nos acecha. La emoción, la que soñamos hacer saltar sobre nuestras rodillas o deseamos sentir de nuevo.
La emoción
La emoción hace nacer el deseo.
Y el deseo lleva al mundo sobre sus alas de divinidad del fuego.
Quisiera compartir con ustedes mi asombro al preparar esta conferencia. Tenía la impresión de que los terapeutas Gestalt, que ponen un énfasis sobre el sobrecogimiento unitario del sujeto dentro de su entorno, debían haber escrito en abundancia sobre las emociones. Aunque en efecto, encontré varias obras que hacen referencia a emociones en particular, por ejemplo, la rabia evocada por Dominique Lismonde, la vergüenza por Jean Marie Robine, la emoción erótica por André Lamy, u otras más, no pude encontrar mucho sobre el fenómeno de la emoción en general. Me di cuenta que, al parecer, hablamos mucho sobre las emociones, pero no nos hemos dedicado aún a teorizar sobre esta noción, salvo algunas excepciones que se aproximan, como en el caso de Myriam Muñoz o de Peter Philippson.
Este descubrimiento me hace tomar conciencia de que las emociones se habían convertido en una evidencia sobre la que concordamos de manera implícita, esto es, se trata de una confluencia. Todos sabríamos por tanto a qué nos referimos cuando hablamos de emociones entre nosotros o en una sesión terapéutica.
Estas jornadas van a representar una oportunidad para verificar qué es lo que entendemos como emociones y quizá para darnos cuenta de que no todos tenemos la misma definición. ¿Y si no tenemos la misma definición, seguimos todos un mismo enfoque terapéutico? Y por otra parte, ¿es necesario integrar la emoción en un contexto terapéutico? Si los terapeutas Gestalt han escrito poco hasta ahora sobre las emociones, no sucede lo mismo en las demás disciplinas. Podríamos, incluso hablar de un fenómeno de moda. Las emociones aparecen por todas partes, ya sea en el campo de la neurofisiología, biología, psicología, filosofía, sociología, política, publicidad, de la televisión con sus reality shows, etc.
La manera en la que hagamos una definición de la emoción generará una representación que, por sí misma, tendrá un peso sobre nuestra reflexión y nuestra práctica como terapeutas Gestalt. Posiblemente, generará nuevas preguntas y al mismo tiempo, responderá otras. Constituirá una trama sobre la cual se tejerán patrones particulares. Toda definición ofrece un marco que describe nuestra representación del mundo y manera de estar en él. Se convierte en un prejuicio, esto es, que aún cuando resulte de nuestra experiencia, se vuelve una anticipación.
El sentido etimológico de la palabra emoción, «ex-movere», proviene del latín y significa mover fuera de sí, hacia el mundo exterior, sacar fuera de sí, propulsar. (La palabra ‘motivación’ también viene de movere: mover.) Introduce, de entrada, un movimiento. El movimiento ocurre en este caso del sujeto hacia el mundo, donde el sujeto se encuentra propulsado fuera de sí mismo. Esta idea de movimiento me parece fundamental. Indica el franqueo de un obstáculo, un surgimiento, algo repentino. Se puede hablar de una inscripción en una temporalidad del tipo Kaírós, y esto es lo que puede permitir diferenciarla del sentimiento. Éste último se inscribe en la duración, en el Cronos. Lo mismo sucede con el humor, que evoca una tonalidad afectiva permanente. Para darles un ejemplo, Tatossian explicaba que la depresión pertenece al género del humor, y la tristeza al género del sentimiento. Pero si una persona no es depresiva y tampoco experimenta un sentimiento de tristeza particular, y ocurre algún suceso inesperado por definición, como por ejemplo, una cita importante cancelada, surge la tristeza-emoción o la ira-emoción. La emoción tiene un inicio repentino y su duración es muy limitada. Por ejemplo, sería inverosímil que una sorpresa prevalezca durante todo un día o un año. De igual forma, sería poco creíble que un luto o una pena durara unos segundos únicamente. [2]
Otra distinción que hay que hacer es la que existe entre la sensación y la emoción. Ambas se refieren a una conciencia corporal. La sensación está muy localizada en el cuerpo, por ejemplo, un dolor en la punta de un dedo, el dolor de cabeza; podernos determinar con bastante exactitud su ubicación. La emoción, aún cuando entre otras cosas es una sensación corporal, es mucho más dificil de localizar y mucho más compleja que la simple sensación. Si me siento feliz al recibir una buena noticia, ¿cómo voy a comunicar lo que siento? Quizá mi corazón late más rápido, me dan ganas de pegar de brincos, de abrazar a todo el mundo, esto es, experimento una movilización corporal en todos los sentidos, un desorden general.
Por otra parte, todos convienen en que las emociones tienen una relación estrecha con nuestras creencias, nuestros pensamientos, así como, con el contexto en el que surgen. Tienen por tanto, un antecedente cognoscitivo y un objeto intencional. Revelan al mismo tiempo, algo sobre una experiencia pasada e integrada y algo de la implicación particular de un sujeto dentro de una situación determinada.
Por ejemplo, si un león entra en esta habitación, a menos que seamos domadores, todos tendremos seguramente miedo. Este sentimiento nos va a ayudar a estar alertas y a tratar de enfrentar la situación. Por otra parte, también podemos entretenernos causándonos miedo. Si nos subimos a una montaña rusa en una feria, somos capaces de transformar nuestro miedo en felicidad porque sabemos que nos encontramos en una situación controlada y relativamente sin riesgo [3]. La emoción depende, por tanto, de una reacción corporal y de la evaluación cognoscitiva de la situación. Se trata de lo que el psicólogo norteamericano Schachter llamó en la década de los sesentas la teoría del doble efecto.
Después de esta primera aproximación muy general de definición, voy a presentarles dos maneras distintas de pensar las emociones. Al crear esta conferencia, intenté que fuera una base de reflexión teórica y práctica. Mi intención no es la de revelar una verdad, sino más bien, presentar un proyecto pragmático con el objeto de buscar cuáles son las consecuencias en la práctica terapéutica de tal manera de pensar o de tal otra. A continuación, les ofrezco mi propia versión.
La primera manera de pensar las emociones es considerarlas como estados, como algo que sucede en el interior del individuo. Esto genera varias preguntas: ¿De qué se trata? ¿Cuántas existen? ¿Dónde se ubican? ¿Son universales? ¿A quién pertenecen? Al individuo, responderán los naturalistas; a la sociedad, responderán los construccionistas. ¿Es bueno sentir emociones o no? ¿Es necesario controlarlas, dosificarlas, eliminarlas? Platón y, posteriormente, Descartes, consideraron que estorbaban a la razón. ¿Es necesario, por el contrario, expresarlas, favorecerlas, valorarlas? Es preferible, como pregonan algunos terapeutas Gestalt, descargar las emociones, de preferencia golpeando sobre un cojín, con el terapeuta convirtiéndose en una suerte de cubeta dentro de la cual vomita el paciente, parafraseando las palabras de Peter Philippson [4]. Como anécdota al margen, les recuerdo que Perls no dudaba en dejarse estrangular por sus pacientes. No sé quién fue el que inventó el método de utilizar un cojín como ángel guardián del terapeuta.
El concepto de la universalidad de las emociones se construyó sobre la idea de una naturaleza común de los seres humanos. El hecho de que nuestro organismo esté constituido por células similares dio origen al concepto de que todos compartimos emociones básica que debemos estudiar. Las emociones se definen entonces como estados internos, que pertenecen al individuo. Darwin, con la publicación de La expresión de las emociones en el hombre y el animal en 1872, es quien afirma la universalidad de las emociones y expresiones. Su idea esencial es que las emociones no son más que indicios o residuos de antiguas costumbres heredadas a lo largo del desarrollo de la especie y de cada individuo. Éstas cumplieron en su origen, una función de adaptación. Por ejemplo, una risa burlona de desprecio no seria más que el vestigio del gruñido de un animal. El animal gruñe en la misma forma en que nosotros mostramos menosprecio, levantamos el morro y mostramos nuestros dientes de la mandíbula superior. El animal se apresta a morder a su adversario, mientras que el hombre se prepara a dar una mordida simbólica. Aquí hago un paréntesis para decir que Goodman, en su obra Little Prayers and Finite Experience, dice que si las emociones no fuesen un indicativo de algo que sucede en el entorno, no habrían sido heredadas ni prevalecido. Tenemos, por tanto, en la teoría inicial de la terapia Gestalt una referencia explícita a Darwin.
A partir de su obra, muchos investigadores concuerdan sobre el origen congénito de las emociones, pero no se ponen de acuerdo sobre la cantidad exacta de las mismas. Así, algunos enumeran 4: la felicidad, la ira, la tristeza y el miedo. Tomkins y Eckman (1992) añaden 2 más: la sorpresa y el asco. Putchnik (1980) considera que hay 8, incluyendo: la anticipación y aceptación. Izard (1997) postula 11: la felicidad, ira, tristeza, miedo, sorpresa, desprecio, angustia, interés, culpabilidad, vergüenza y el amor. Fridja (1986) enumera 17, agregando a la lista anterior: arrogancia, confianza, pesar, esfuerzo e incluso otras más [5].
Esta diferencia cuantitativa de las emociones clasificadas hace que volvamos a plantearnos la pregunta: ¿Qué es una emoción? El hecho de nombrarlas como tales puede hacernos pensar que las aislamos como objetos bien formados, esto es, que estamos hablando de las mismas realidades. Sin embargo, ¿Estamos seguros? ¿Podemos todos llegar a un consenso sobre lo que es la tristeza, la felicidad, etc.? ¿Mi felicidad cuando recibí mi primer osito de peluche es la misma que experimento al recibir a mis amigos en casa a cenar? Tomemos por ejemplo, el caso de la risa y de las expresiones idiomáticas asociadas con la misma: uno puede reírse a hurtadillas o en secreto, entre dientes, reír sin ganas, para sus adentros, bajito, a carcajadas, a mandíbula batiente, hasta que nos duela el estómago, en las narices de alguien, destornillarse de risa, reír hasta las lágrimas, reírse como loco, como un jorobado, de todo corazón, interiormente, nerviosamente, por un sí o por un no, etc. Si existe una risa, ésta no posee las mismas cualidades dependiendo de las circunstancias, y no es posible decir que todas estas risas son la misma experiencia en cada ocasión. Citaré a Paul Dumouchel (profesor de la Universidad de Québec) que me hizo reír mucho con la siguiente observación: «Pero de la misma forma en que los libros de recetas, por motivos culinarios evidentes, catalogan en ocasiones las distintas formas de preparar el conejo bajo la rúbrica general de [aves de corral], el nombre [ira] designa, en mi opinión, cosas distintas, que no comparten más características comunes que, por ejemplo, los roedores y las aves.» [6]
Es aquí donde entra el punto de vista de los construccionistas y de los etnólogos que, a su vez, rechazan el origen innato o congénito de las emociones. Las emociones para ellos no son más que una construcción social. Su universalidad deja de ser algo evidente. Su realidad social precede a su realidad psicológica [7]. Esto significa que se adquieren debido al hecho mismo de vivir en una sociedad.
Se descubrió, por ejemplo, que un esquimal Utku nunca se encolerizaba (en el sentido en que nosotros, los occidentales, definimos la ira). Esta emoción parece no formar parte de su experiencia. De hecho, la ira es culturalmente desalentada en su entorno. Esto significa que existe, pero que es poco frecuente y temida. Más problemática es la emoción que los japoneses describen bajo el nombre de amae y que nosotros no sabríamos describir. En todo caso, no existe en nuestro idioma ninguna palabra específica correspondiente. Podríamos quizá aproximarnos a su definición con una frase: se caracterizaría por la voluntad de ponerse bajo la dependencia de otro, en el sentido de exigir mimos o apapachos. Si la palabra no existe, ¿Existe acaso la experiencia? Esta es una pregunta válida. Puedo también mencionar a los tahitianos, que no tienen una palabra para designar la tristeza, la depresión. «Experimentan una sensación de fatiga o de pesadez, pero interpretan esta sensación de forma no emocional. Conciben la tristeza como una enfermedad o como el efecto de algún espíritu.» [8] La Rochefoucauld escribió: «Existen personas que jamás habrían estado enamoradas si nunca hubiesen escuchado hablar del amor.» [9]
La expresión de las emociones varía dependiendo de las culturas. Por ejemplo, Vinciane Despret cuenta que los oriundos de Uganda lloran y se alejan de los demás para expresar su ira. En otro ejemplo, dice que si se muestra a un neomalayo la fotografía de una persona que está encolerizada, éste lo que percibirá es tristeza.
Resulta interesante este debate entre naturalistas y construccionistas, para no olvidar que sí, efectivamente, es a partir del cuerpo que experimentamos la emoción y que ésta se manifiesta, su expresión va a diferir culturalmente, pero también dependiendo del individuo y de la situación. Asimismo, esto indica que cada cultura construye su propia teoría sobre las emociones. Y esto implica, a su vez, que podemos malinterpretar la expresión emocional de una persona.
Permítanme evocar ahora lo que llamaremos en adelante el efecto Koulechov. El cineasta Lev Vladimir Koulechov (1899-1970) realizó un experimento conocido bajo el nombre de efecto Koulechov. Filmó tres planos fijos, representando el rostro de un hombre, siempre el mismo, sin una expresión particular. A estos tres planos Fijos, agregó tres imágenes distintas: un plato de sopla caliente; el cadáver de una niña; una mujer hermosa y sensual. El espectador leerá respectivamente en la expresión del rostro del hombre el hambre, la tristeza y el deseo, ¡considerando incluso que la actuación de este hombre es formidable! [10]. Este experimento ilustra muy bien cómo, por una parte, interpretamos siempre y, por la otra, de qué manera el contexto determina esta interpretación. El llanto no significa forzosamente una expresión de tristeza; la rabia expresada puede ser la figura, y la tristeza el fondo; una sonrisa puede ser una máscara o la evasión de una confrontación.
«No es suficiente que dos sujetos conscientes tengan los mismos órganos y el mismo sistema nervioso para que las emociones muestren en ambos los mismos signos. Lo que importa, es la forma en que hacen uso de su cuerpo. Es el moldeado simultáneo de su cuerpo y de su mundo en la emoción. Los atributos psicofisiológicos dejan abierta una enorme cantidad de posibilidades, y no existe aquí, como tampoco en el dominio de los instintos, una naturaleza humana determinada de una vez por todas.» [11] Esta cita de Merleau-Ponty nos conduce a la idea de la emoción como puesta en contacto del organismo-entorno. Voy a desarrollar esta idea a continuación.
La segunda manera de pensar las emociones es definiéndolas como un conflicto organismo-entorno, como relaciones, como momentos de un proceso de coordinación yo-mundo, como «obras comunes en las que varios participan.» [12] La cuestión para el terapeuta ya no es saber con anterioridad a quién pertenecen ni de dónde vienen, sino de qué encuentro entre el organismo y el entorno se trata. ¿Cuál es la Gestalt que se está formando? ¿Hacia qué busca su camino de manera confusa? ¿Cuál es el después o el enseguida de la situación?.
Merleau Ponty, en su libro Lo visible y lo invisible hace esta observación particularmente interesante: «Toda psicoterapia que reubica la Gestalt dentro del contexto del conocimiento o de la conciencia no entiende el significado de la Gestalt.» [13] ¿A qué se refiere con esto? Esta psicoterapia en particular no tomaría en cuenta las conexiones yo-mundo. Se ubicaría en una perspectiva cartesiana. en donde la sensibilidad sería subjetiva, en el sentido de pertenecer únicamente a la persona, y no sería más que una modalidad del conocer. El sujeto se ubicaría entonces fuera del mundo, un mundo que no puede comprender salvo bajo la forma del conocer. El sujeto experimentaría sensaciones, emociones, como cosas aisladas del mundo. El terapeuta Gestalt, por el contrario, coloca como fundamento al organismo dentro de su entorno.
Perls y Goodman definen la emoción como: «La conciencia inmediata e integradora de la relación organismo-entorno. Como tal, es una función del campo.» [14] «Las emociones nos revelan la relación del organismo con el medio ambiente, y nos alientan a enfrentar la situación» [15], agrega Goodman. «Son informaciones únicas sobre el estado del campo organismo-entorno.» Se trata por tanto de una función de orientación, como una especie de tablero de instrumentos que indica cuál es la situación en la que nos encontramos, incluso cuando lo que aparece sobre este tablero (ira, felicidad, miedo, etc.) no nos indique aún hacia qué o hacia a dónde nos dirigimos. Mientras más hayamos aprendido a escribir sobre estos tableros, más los usaremos como referencia y más seremos capaces de escribir en forma previa una indicación conocida con anterioridad sin haber captado todavía toda la novedad de la situación. En calidad de conocimiento, nos dicen Perls y Goodman, éste resulta falible.
Por ejemplo, me di cuenta que una de mis pacientes se ponía a llorar por momentos, sin que yo pudiera relacionar lo que acababa de suceder con el surgimiento de este llanto. Al principio pensé: «Vaya, está triste, ¿a qué viene esta tristeza?» Y le pregunté: «¿Está usted triste?» Ella respondió atropelladamente y entre sollozos: «Sí, no me siento bien». Requerimos de varias sesiones antes de percatarnos que se ponía a llorar sistemáticamente antes de pedirme alguna cosa. Su llanto no estaba relacionado con la tristeza, sino con un miedo de solicitarme alguna cosa y, sobre todo, de que yo rechazara su petición o de que me enfadara. Su única modalidad para pedirme algo comenzaba por «prorrumpir en sollozos». ¿Era para hacerme sentir lástima? Me equivocaba sobre la relación que estaba entablando con esta paciente o juzgaba mal sus intenciones con respecto a mí.
Percibir la emoción como un conflicto repentino entre el organismo y su entorno tiene ciertas consecuencias sobre la práctica. Esta idea de que al momento en que surge la emoción experimentamos un conflicto sí mismo-mundo me parece sumamente estimulante. Surge de una búsqueda de causalidad lineal en la emoción. Así, las emociones no pertenecen totalmente a la persona que las experimenta, y dejan de ser un asunto privado, personal.
Me gustaría hablarles ahora de la teoría de William James, en primera instancia porque se le consideró como la primera teoría psicológica de las emociones y fue un concepto dominante durante los años treintas, en segundo lugar porque Perls y Goodman hacen referencia a ella y, finalmente, porque con demasiada frecuencia se le redujo a una causalidad lineal que no se ajusta con la concepción general de James.
William James (1842-1910) publica en 1884 en una revista estadounidense un artículo titulado: «¿Qué es una emoción?», cuyas ideas retomará en sus escritos de psicología. Carl Lange, un psicólogo danés, trabajaba en ese tiempo sobre el mismo tema y había llegado a las mismas conclusiones que James, por lo que su nombre se relaciona con éste último en lo que se conoce como la teoría de James-Lange.
En ese entonces se consideraba que el estado mental daba origen al estado físico y a la emoción. James va a invertir la secuencia y pensar que es el estado del cuerpo el que permite la emergencia de la emoción.
«El sentido común dice: si perdemos nuestra fortuna, nos sentimos desconsolados y lloramos; si nos encontramos un oso, nos sentimos asustados y corremos; si nos insulta un rival, nos sentimos ofendidos y golpeamos.» [16] Para James, el orden de esta secuencia es incorrecto: lloramos y esto es lo que nos hace experimentar tristeza, golpeamos y esto es lo que nos hace sentir ira, temblamos y esto es lo que nos hace sentir miedo. Es la condición física, esto es, la percepción de algo en el cuerpo, lo que es esencial para que surjan las emociones. Esta teoría (que después será refutada, particularmente por Cannon) se reduce al hecho de que son nuestras reacciones físicas las que producen de manera secundaria la emoción, como por causalidad lineal. Goodman y Perls mencionan esta teoría en el capítulo consagrado a las emociones, diciendo que para ellos James y Lange tienen parcialmente la razón: «Así, la teoría de James-Lange sobre las emociones: -‘la emoción es una condición del cuerpo; una vez que huyes es cuando comienzas a sentir miedo’- es en parte verdadera. Lo que hay que añadir, es que la condición física es, asimismo, una orientación pertinente y una manipulación potencial del entorno: el miedo no se debe al hecho de correr, sino al de escapar, al de huir de alguna cosa.» [17] Cabe señalar la manera en que Goodman y Perls, a pesar de haber retenido una parte de esta teoría, reintroducen el entorno, la situación, insistiendo sobre el hecho de que uno no huye simplemente, sino que huye de algo.
Vinciane Despret (filósofa y psicóloga) vuelve a cuestionar esta forma minimalista de considerar la obra de James, según la cual el cuerpo determina la emoción de la conciencia, del tipo: «Estoy triste porque lloro.» Si bien es cierto que James utilizaba fórmulas lapidarias y provocadoras, de hecho, según ella, James intentaba articular al cuerpo con el mundo y la conciencia. Lo importante para James era intentar, con su concepción del pragmatismo, cuestionar las ideas prevalecientes en su tiempo, sacudir los hábitos del pensamiento, «desorientar», como lo califica Vinciane Despret de una manera tan hermosa.
William James estaba en desacuerdo con la concepción dualista sí mismo-mundo. En otras palabras, estamos acostumbrados a pensar que nos percibimos a nosotros mismos por una parte y al mundo por otra, como si ambos estuviesen separados. Yo estoy aquí y tú estás allí. ¿Qué pasa si intentamos pensar las cosas de manera distinta? ¿Cuáles son las consecuencias? Es aquí donde se recurre al pragmatismo, esto es, a evaluar las consecuencias de un pensamiento.
James proponía imaginar que, en un principio, nuestra experiencia es «pura», esto es, que todavía nada ha sido separado, distribuido, clasificado. Es un momento en el que aún todo es posible, indeterminado. «El momento por el cual no existe aquí o allá, mío y no mío, conciencia y mundo, objetividad y subjetividad, el momento dentro del cual existe sólo una experiencia, una coyuntura.» [18]
Es así como, según James, las experiencias emocionales se nos dan de manera indeterminada: «Cada una de estas experiencias parece poder permanecer equívoca: con frecuencia parecen ambiguas, porque no es posible determinar si son internas o externas, son a la vez una y otra, como si las líneas de clasificación que trazamos normalmente entre el mundo y la conciencia dudaran en ser trazadas.» [19]
«¿Debemos hablar de buenos impulsos o de impulsos hacia lo que es bueno? ¿Debemos hablar de visiones seducidas o de objetos seductores? ¿Nos reímos porque un chiste es gracioso o éste es gracioso porque nos reímos? ¿Estamos aterrados o hacemos que el mundo sea aterrador? ¿Observo un paisaje triste o es mi propia tristeza la que se imprime sobre el paisaje?» [20] James consideraba que podíamos afirmar las dos, porque estas experiencias se ubican a la vez en el mundo, en el cuerpo y en la conciencia. «La indeterminación que acompaña a la experiencia emocional se convierte en indeterminación del cuerpo mismo, donde el cuerpo puede ser el mundo afectando mi conciencia, conciencia en relación con el mundo, conciencia produciendo un cuerpo.» [21]
Lo que James quería decir es que cuando hablamos de nuestra experiencia emocional, creamos automáticamente una versión, o en otras palabras repartimos las causas. Si yo digo: «Tú me asustas», distribuyo las cartas del lado del mundo; si yo digo: «Lo veo todo negro» o «Tengo miedo», entonces las distribuyo de mi lado. Si yo pienso: «Mira, esa persona está bostezando, se aburre», distribuyo las cartas de su lado y, si yo pienso: «Mira, está bostezando, estoy aburriéndolo con mi conferencia», distribuyo las cartas de mi lado. Lo que es interesante es poder volver a repartir las cartas, barajarlas de nuevo, reubicarlas en una indistinción organismo-entorno, antes de producir una nueva versión.
El objeto de la teoría de James es que ahondemos en la perplejidad, «aceitar las partes que se encuentran engarrotadas», para dar movimiento a «las partes atascadas». Así, la idea para él no es lo que se piensa, sino lo que hace pensar, la emoción no es lo que se siente sino lo que hace sentir. «Lo que existe realmente», dice, «no son las cosas, sino las cosas mientras se producen.» [22]
La fenomenología pone en evidencia la calidad articulatoria del Dasein, esto es, que no somos máquinas pasivas experimentando el mundo, sino que además, nos dirigimos hacia el mundo y nos dirigimos hacia éste de una manera determinada. Somos activos y pasivos a la vez. La emoción se vuelve entonces el icono de la confluencia yo-mundo, revelando al mismo tiempo algo de mí y del mundo. De manera simultánea, afectamos y nos vemos afectados. A esto se refiere la noción de la reversibilidad de la carne, de Merleau-Ponty. Me siento conmovido tanto como yo conmuevo, me conducen tanto como yo conduzco. La emoción es el conflicto del encuentro organismo-entorno. Esta actividad-pasividad nos devuelve a la modalidad media del self. Si existe algún momento durante el transcurso de la experiencia de construcción-destrucción de las Gestalts en el que el self se encontrara en plena actividad deliberada, sería al momento de la puesta en contacto, al momento en que la función yo va a encontrarse más activa. Es el momento de las identificaciones, enajenaciones, y el inicio de esta secuencia, se caracteriza por el surgimiento de la emoción. La emoción es la señal temporal del paso de precontacto a la puesta en contacto.
A continuación, describiré estas dos fases. Se trata de un desglose artificial y teórico, únicamente. El precontacto es un momento en que la figura y el fondo de la Gestalt sobresalen, con mayor frecuencia, del organismo. Organismo que sin duda, se encuentra en un entorno y que, con frecuencia, es desplazado por éste. Algo emerge de manera confusa y comienza a agitarme. Empiezo a despertar, a orientarme todavía en medio de la niebla, sobre todo, a partir de mis sensaciones corporales, pero también de mis fantasías. Soy movida, desplazada, aprestada hacia algo desconocido. Una Gestalt comienza a formarse, esto es, una dirección aparece. Podríamos entonces hablar, en este precontacto, de excitación. Sólo cuando mi organismo se pone en contacto con mi entorno, es cuando se produce un conflicto. La figura anterior que era un deseo, un antojo, un impulso, un estímulo ambiental, algo que empuja hacia un enseguida, se ha convertido en un entorno en sus distintas posibilidades. El momento en que se vuelca la figura de conciencia se traduce en la emoción. La excitación se ha transformado en emoción. Mientras mayor sea la sorpresa y más características distintas existan entre el organismo y el entorno, yo considero que la emoción será más fuerte o de característica distinta. En esta definición, no es posible que la emoción sea algo puramente interior. Se refiere simultáneamente a algo en el organismo y en el ambiente. Se trata de un proceso de coordinación yo-mundo.
Voy a darles un ejemplo: estaba yo paseándome con unos amigos en Estocolmo, visitando el museo de Arte Contemporáneo, algunos días antes de asistir a un congreso de Gestalt, cuando nos sorprendió observar que varios visitantes y cuidadores se reunían, perplejos, alrededor de unas pequeñas bocinas de radio. ¿Qué sucedía? ¡Que las torres gemelas de Manhattan acababan de caerse! Era el 11 de septiembre de 2001. Nos vimos presos del estupor, nos sentíamos a la vez paralizados y agitados, sin saber qué hacer, a dónde ir, qué pensar; la incredulidad se mezclaba con el horror. El shock era violento. Nada hubiera permitido prever, apenas unos minutos antes, que esto sucedería. Jamás hubiéramos podido imaginar esto con anterioridad. La realidad superaba la ficción. El horror surge cada vez que no estamos preparados para enfrentar un acontecimiento doloroso, a través de la ansiedad y el miedo. No obstante, cuando el estado cualitativo del organismo se asemeja ya al del entorno, la emoción será menos intensa o de característica distinta. El proceso de coordinación yo-mundo en este ejemplo era, por tanto, complejo.
Quisiera insistir sobre el carácter movilizador de la emoción a que hice referencia al dar inicio a esta conferencia, con la definición etimológica de esta palabra. Si hablé, citando a William James, de la indeterminación sí mismo-mundo, al momento de la emoción, no fue para describir un estado estático que podría hacernos pensar en una inmovilización confluente, en la que ninguna figura se desprende o sobresale de un fondo. «Las emociones», decía Perls en una de sus conferencias, «son los medios de nuestra capacidad de crear el contacto.» [23] La emoción es necesaria para la acción, para la toma de decisiones. En el volumen I de Terapia Gestalt, Perls y Goodman consideran que «la emoción estimula la acción pertinente o, si ésta no es realizable de inmediato, estimula y dirige la búsqueda de esta acción.» [24]
Esta idea es confirmada por las investigaciones recientes de algunos neurólogos y, particularmente, de Antonio Damasio, neurólogo de origen portugués quien vive en los Estados Unidos desde hace 20 años. Sin emociones. somos incapaces de razonar, de hacer elecciones. Las emociones son necesarias para el proceso de toma de decisiones. Otros (como Goleman) hablarán de la inteligencia emocional. La puesta en contacto es un momento muy importante en el proceso de construcción-destrucción de la Gestalt, y sólo cuando está bien movilizada, el ‘contactar’ puede proseguir hasta el contacto final. Para retomar la construcción, destrucción de una Gestalt, en su dimensión temporal, cito a Perls:
«La excitación es transformada en emociones específicas y las emociones son transformadas a su vez en acción sensorial y motriz.» [25]
Para algunos, como Paul Dumouchel [26], la emoción constituye ya un acto o es el resultado de un acto que no siempre alcanza su conclusión. Se requiere de la aprobación del otro. Por ejemplo, si me siento feliz por un suceso y la persona que me acompaña está preocupada por alguna otra cosa, entonces existen diversas posibilidades: o me voy a preocupar de la otra persona y dejar de estar consciente de mi felicidad, porque ésta deja de ser la emoción dominante del momento, o mi felicidad va a repercutir sobre mi amigo, o nos vamos a desconectar el uno del otro, y cada quién se va a sentir no considerado dentro de su propia experiencia. En los dos primeros casos, podemos hablar de coordinación con convergencia de intereses de cada quien, y en la última situación, de coordinación con competencia entre las personas, que tienen intereses divergentes. Paul Dumouchel compara las emociones con promesas cuyo cumplimiento depende de otra persona.
Vamos ahora a considerar cuáles son las implicaciones prácticas de tomar como punto de partida una definición determinada, en lugar de otra. Cuáles son las consecuencias en la práctica terapéutica de considerar la emoción como un estado, que pertenece al individuo que la experimenta, y cuáles son las consecuencias de definir la emoción como, en primera instancia, un conflicto organismo-entorno, en la práctica del terapeuta Gestalt.
Consideremos primero la emoción como una entidad que pertenece al individuo únicamente. Cuando un paciente experimenta una emoción, voy a pensar que ésta última sólo le concierne a él. Asimismo, si yo siento una emoción en determinado momento durante una sesión, me la atribuyo a mí misma. Reparto por tanto las cartas de manera rápida: esto es del paciente, y esto es mío. Si por ejemplo, de repente mi paciente se pone triste, es porque lo que me está contando hace que aflore esta tristeza y lo que yo voy a buscar es qué elementos dentro de su relato pueden dar sentido a esta tristeza. En otras palabras, voy a investigar río arriba únicamente y con la idea de que haya un sentido latente y oculto que es necesario descubrir. Si por mi parte me pongo triste, voy a pensar que esta tristeza tiene como origen mi propia historia. Así, estamos cada quien de nuestro lado bien individualizados. Voy a pensar, asimismo, que mi paciente deberá derramar unas lágrimas, porque llorar alivia. Por el contrario, no voy a expresarle mi tristeza porque no es de la incumbencia del paciente, y me voy a hacer un nudo en la garganta para no mostrarla en absoluto.
Describiré otra situación un poco distinta: mi paciente se enoja conmigo. No lo ayudo lo suficiente, me dice. Voy a pensar que esta ira le pertenece, que la proyecta sobre mí y que mi trabajo consistirá en volver a atribuirle su propia ira. De hecho, no está molesto conmigo sino consigo mismo porque no hace el esfuerzo suficiente o con su madre o su padre porque implican situaciones interiores que se repiten. Me encuentro, por tanto, con un proyecto bien definido con respecto a mi paciente: reatribuirle sus proyecciones. En cuanto a mí, yo no tengo la culpa.
Por el contrario, si soy yo la que se enoja con mi paciente, mi ira estará bien justificada y mi paciente habrá hecho realmente algo para sacarme de quicio. Por tanto, voy a ponerlo en su lugar. Una vez más, no nos confundamos. Desde luego, estoy exagerando al máximo en este caso.
En resumen, con esta manera de pensar, llegamos rápidamente a una individualización de las personas presentes. El paciente es el paciente, el terapeuta es el terapeuta. Mi crítica de esta postura se dirige hacia el carácter prematuro de esta individualización y no a la individualización misma. Se trata, en mi opinión, de una evasión de la continuidad del contacto en curso.
Considerar entonces la emoción como un estado interior del sujeto puede llevarnos a la idea de que es bueno para el paciente expresar todas sus emociones. «Actualmente», decía ya Perls en 1950, «las emociones deben ser descargadas, como si se tratara de un excedente fastidioso.» [27] Esto me hace pensar en el desarrollo de las estrategias de prevención de las neurosis postraumáticas. Como saben, se han puesto en práctica lineamientos de intervención con base en la idea de que mientras más rápido se haga hablar sobre el hecho a un sujeto que acaba de sufrir un traumatismo, mientras más rápido se produzca una reacción emocional, mayores serán sus probabilidades de no desarrollar una neurosis postraumática. A través de unos estudios, Françoise Sironi [28] se percató que en Yugoslavia aplicaron un tratamiento de esta naturaleza a las mujeres violadas durante la guerra. Los psicólogos alentaron a estas mujeres a contar sus experiencias. Como resultado, un porcentaje elevado de estas se suicidó. Los terapeutas no habían tomado en cuenta el carácter particularmente vergonzoso de estas violaciones y sus repercusiones sociales en un país musulmán.
Si hago referencia a este relato, es porque nos encontramos inmersos en una cultura psicoanalítica y, quizá, esto se aplica, particularmente en el caso de la terapia Gestalt, en donde domina la idea de que la expresión de las emociones posee un valor terapéutico. Esto es verdad, pero con la condición de que se tome en cuenta el contexto y la situación del sujeto, y que la expresión de las mismas sea realmente una elección tomada por el paciente. De lo contrario, a lo que llegamos, como al inicio, es a un vómito de la emoción. Posiblemente, no concuerden conmigo en estas conclusiones, pero justamente ése puede ser el objetivo del debate.
David Le Breton insiste sobre el hecho de que no existe un hombre que «exprese», por ejemplo, la felicidad, sino un hombre feliz, que cuente con un estilo propio, con sus ambivalencias, su singularidad, dentro de un contexto determinado. El individuo no posee una emoción como si se tratara de un objeto.
Si considero que la emoción es un momento de conflicto en la confluencia organismo-entorno, no voy a apresurarme al repartir las cartas. Voy a tomarme mi tiempo. Mientras intento poner de manifiesto lo que está presente para la persona, procuro, asimismo, estar consciente de la manera en que esto me afecta. Si mi paciente se pone triste de repente, voy a buscar no solamente lo que en su relato, convertido en presente, puede hacerlo sentir triste, sino además lo que yo pude haber dicho, hecho, o lo que pude haber callado o dejado de hacer para contribuir con esta tristeza. No dejo de buscar río arriba, pero también busco en el enseguida de la situación. Erving y Miriam Polster, en su libro La Gestalt, dan un ejemplo de intervención del terapeuta: «¿Qué te dan ganas de hacer con esta emoción? ¿Hacia dónde empuja esta emoción a mi paciente?» Pero, por tanto, también: ¿Cuál es el interés de esta tristeza en esta situación particular? ¿Hacia dónde me empuja a mí como terapeuta?
No le adjudico valor en el sentido en que no voy a pensar que sería necesario que mi paciente se sintiera aún más triste o que expresara aún más esta tristeza, o que sería necesario que no estuviera triste.
Intento abrir todas tu posibilidades de la situación, sin elegir únicamente la dirección de sentido. Esto va a constituir, justamente, el trabajo terapéutico: entre dos, en un ir y venir, hasta hacer consciente una figura más clara y nítida.
Al considerar la emoción de esta manera se genera la idea de que el sentido de la emoción no está vinculado con el individuo, únicamente, sino que depende, al mismo tiempo, del que la expresa y de aquéllos que la reciben.
El sentido o significado de la emoción va a construirse de manera conjunta en el después de la situación. De esta manera, pongo en primer plano la cuestión del sentido en todo encuentro paciente-terapeuta, y en un sentido que no es una causa sino una dirección que se descubre y se inventa dentro de la relación terapéutica mediante un trabajo conjunto. No considero que lo primordial es lo que está en el interior del sujeto. Concuerdo con Dejours cuando afirma que la intersubjetividad tiene relación sobre la intrasubjetividad, esta última no siendo más que la consecuencia de la primera.
Casi todas nuestras emociones están impregnadas de reivindicaciones. «Los nombres atribuidos a las emociones no son términos descriptivos, sino medios para expresar acusación, exoneración y exhortación», según Dumouchel. La ira dice: me hiciste daño; la envidia dice: me traicionaste; la decepción dice: no me diste lo que esperaba de ti. No obstante, toda reivindicación no es eficaz si no reconocen su legitimidad los que son testigos o beneficiarios de la misma. [29] Insisto sobre estos testigos o beneficiarios. En efecto, durante una sesión terapéutica, la emoción puede surgir de un conflicto organismo-entorno en donde el entorno es, parcialmente, alucinado.
Por ejemplo: durante una sesión, mientras que un paciente me platica sus contrariedades con la burocracia, comienza a levantar la voz, a crispar sus mandíbulas y a apretar sus puños. Su ira surge a medida que avanza en su relato. El entorno alucinado es, en este momento y en parte, la burocracia que le pone trabas, y posiblemente el empleado en particular que se rehusó a darle un documento importante. Continúa su relato, y me comenta las ganas que tuvo de partirle la cara a este empleado, a pesar de que se contuvo. Si sigo el primer razonamiento, a saber, que es bueno que exprese su ira, podría proponerle que imagine que el empleado se encuentra aquí mismo, sentado en una silla vacía y pedirle que le diga todo lo que no había podido decirle hasta ahora. También podría, por otra parte, decirme a mí misma «este paciente es un colérico» o «qué idiota es ese burócrata». Siguiendo el segundo razonamiento, yo no estaba ahí al momento de los hechos, sin embargo, estoy presente ante el relato de mi paciente. ¿Qué espera él de mí al contarme todo esto? ¿Cómo me siento yo afectada por la ira de mi paciente? ¿Me estoy tensando yo misma, empequeñeciendo o me estoy poniendo alerta? ¿Estoy pensando en el próximo paciente? ¿Estoy recordando algún otro momento de una sesión anterior y, de ser así, qué vínculo existe entre las dos? ¿Hacia dónde va dirigida esta ira? ¿Me está hablando el paciente desde su ira o más bien desde su miedo de romperle la cara a alguien? ¿Estoy yo aquí para acoger esta ira, algo que le resulta imposible en su entorno? ¿Estoy yo aquí para acoger su miedo, su angustia de volverse loco? ¿Lo que busca es ya no sentirse solo? ¿Está probando mi capacidad de comprender sus emociones? ¿Es esta ira la evasión de una abatimiento que ya demuestra corporalmente mediante su rostro que apunta hacia el suelo?
Así, lo que busco también es el enseguida de la situación, el hacia a dónde empuja, para poder barajar las cartas y no asignar un sentido prematuro, antes de descubrirlo e inventarlo junto con mi paciente. En este ejemplo, yo soy el testigo y no la persona a quien va dirigida su rabia. No obstante, soy un testigo activo a quien va dirigido este relato. Me cuenta su historia sin tener un objetivo claro todavía de hacia a dónde va. «Estar enojado no es la característica intrínseca de un sujeto, una característica física o psíquica, sino una característica de un individuo que se ubica en un contexto determinado, una característica relacional.» [30]
Esta búsqueda, yo no la hago sola, sino junto con mi paciente. Esto no significa, como lo precisa Dumouchel, que la expresión afectiva, al momento en que surge, es «cualquier cosa», o que no tiene sentido alguno. Simplemente, este sentido está «subdeterminado». Lo que la emoción significa está determinada por él enseguida de la situación, por él después del intercambio paciente-terapeuta. Podrían replicar que es posible sentirse emocionado sin que haya otra persona presente. A pesar de que no hay nadie de carne y hueso en ese momento, no por ello el contacto es menor. Esto no cambia en absoluto lo que acabo de decir. La emoción sólo tendrá un sentido íntegro cuando exista un diálogo, que también puede ser un diálogo alucinado, o en segunda instancia, porque hablaré con alguien o leeré un libro o escucharé que alguien dice algo, etc.
Éstos son los dos paradigmas que acabo de desarrollar para ustedes: la emoción como un estado, como entidad que pertenece únicamente al individuo que la experimenta, y la emoción como un conflicto organismo-entorno, como momento temporal del paso de precontacto a puesta en contacto, como obra común en la que varios participan, como puesta en movimiento hacia una acción. Es a partir de este segundo paradigma que cobra sentido el título de mi conferencia: para una desubicación de las emociones. Una vez que se ha desubicado el self, esto es, que ya no lo consideramos como una entidad que forma parte del individuo aislado, lo que intento es desubicar las emociones, esto es, dejar de pensar en ellas como en sustancias que pertenecen al individuo únicamente. Cada una de estas teorías aporta un conocimiento importante. Mi intención no es compararlas o hacerlas competir, sin embargo, en la práctica terapéutica, el segundo paradigma me parece primordial, en el sentido de la cronología de la construcción de la Gestalt. La individualización me parece esencial, pero sólo en segundo término.
Notas
[1] Fdr, nº 3, marzo 1996.
[2] Ver Dossier Les Sciences Humaines sur les Emotions: Nicolas Journet: Les emotions de A à Z.
[3] Ejemplo dado por Schachter, psicólogo norteamericano, citado por Michael Lacroix en: Le culte de l’émotion, Flammarion.
[4] Peter Philippson: Sur les émotions, publicación en Internet, enero de 1993.
[5] Ver David Le Breton: Les passions ordinaires: anthropologie des émotions, Armand Colin, 1991.
[6] Paul Dumouchel: Émotions: essai sur le corps et le social, Les empêcheurs de penser en rond, Synthélabo, 1995., p. 59.
[7] Ver Luc Faucher: Emotions fortes et constructionnisme faible; en Philosophiques, 26/1, primavera de 1999, publicada en Internet.
[8] Luc Faucher: obra citada.
[9] Citado por David Le Breton, ibid, p. 104.
[10] Experimento citado por David Le Breton en Passions Ordinaires: anthropologie des émotions, Armand Colin, 1998
[11] Merleau-Ponty, citado por David Le Breton, en Passions Ordinaires: anthropologie des émotions, Armand Colin, 1998, p. 147
[12] Paul Dumouchel, obra citada.
[13] Merleau-Ponty citado por G. Mazis: <>, en la revista Alter, No 7, 1999, Éditions Alter.
[14] PHG: Gestalt-thérapie, volume II, pp. 255, Éditions l’Exprimerie.
[15] Goodman P.: Little Prayers and Finite Experience.
[16] William James, citado por David Le Breton, obra citada.
[17] PHG, obra citada p. 256.
[18] William James, citado por Vinciane Despret, en Ces émotions qui nous fabriquent, Les empêcheurs de penser en rond, 2001.
[19] Ibid.
[20] Ibid.
[21] Ibid.
[22] William James, citado por David Lapoujade, en Willíam James, empirisme et pragmatisme, PUF, 1997.
[23] Fritz Perls: Finding Self Through Gestalt Therapy.
[24] PHG, Gestalt thérapie, volume 1, p. 137.
[25] F. Perls: Psychiatry in a New Key, Parte II, The Gestalt Journal, otoño de 1978.
[26] Paul Dumouchel: Essai sur le corps et le social. Les empêcheurs de penser en rond, 1999.
[27] F. Perls: Psychiatry in a New Key, Parte II, obra citada.
[28] Citado por Vinciane Despret, documento mencionado.
[29] Ver Sue Campbell, Interpreting the personal: expression and formation of feelings, Ithaca, NY: Cornelle University Press, 1997, en Revue Critique.
[30] Paul Dumouchel, obra citada, p. 86.